domingo, 20 de octubre de 2013

Día Doce: Última carta

"También nosotros teníamos una relación:
Cables tensados entre nosotros,
estacas demasiado profundas
como para poder arrancarlas, y
una mente como un anillo corredizo,
cerrado sobre algo veloz,
cuya constricción también
me mataba a mí."
Sylvia Plath - El ojeador de conejos -

Amado: 
             Le escribo estas últimas líneas con mi alma hecha pedazos, erosionada como terreno abandonado, partida, como las olas que estornudan entre las piedras.
Desde que hacia mí su voz ya no llega vivo ahorcándome con el aire, rebotando por las calles y arrastrándome entre una lágrima y otra.
En esa vida suya que no me contiene se sucedió la revelación de mi abandono. En espacio inhabitable porque usted ya ama yo encontré mi veredicto. Usted no me ama a mí, usted no ama a quién ató en su vida y olvidaba en el perchero de mi cama de amante. Usted a usted se ama. Usted es incapaz de amar a otra persona que no sea usted mismo. Yo apenas fui la sal que condimentaba esa cena putrefacta, que usted se obliga a creerla manjar.
Usted a mí no me necesitaba más que como una consecuencia auditiva. Vino hacía mí sabiendo que me podía fracturar. Y con mi última dignidad de objeto mancillado tuve la delicadeza de romperme en pedazos sin que el sonido del desmembramiento arañe sus oídos. Mi dolor es un triunfo que no estoy dispuesto a entregarle.
Astillado como el vidrio enajenado pienso tomar mis fragmentos y perseguirlo. Sudado buscarlo por las calles con mi cara desencajada, con mis pupilas hirviendo de venganza. Iré con los pedazos de vidrios puntiagudos a su encuentro. Uno a uno se los clavaré en el pecho. Meteré uno de mis pies de amante vagabundo en su boca. Lo asfixiaré con mi trayectoria y lo dejaré morir.
Le tengo un amor grande, predestinado, una conquista, suya, que nunca legitimiza. Me niega, se niega, nos niega. Su cobardía ensucia el mundo.
Hay una palabra que podría salvarnos de todo pero su comodidad es tan grande, tan intensa, tan totalitaria y tan abarcativa que prefiere vivir limpio en sus mentiras que sucio de sus realidades.
Usted para mí no vive, usted para mi agoniza.
Lo quiero ver serpentear en el piso, con el cuerpo convulsionado para que, cuando dirija su mirada a mi cuerpo de ángel asesino, sorprendido de mi extremo odio, pueda darse cuenta que tan absoluta es mi ira por que tan grande fue mi amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario