jueves, 3 de octubre de 2013

Día ocho: Tercera Carta

"Que tu cuerpo sea siempre
un amado espacio de revelaciones"
Alejandra Pizarnik


Amado:
            Estoy moldeado completamente por tus gemidos. Yo era algo que ya no soy. Caí en tus manos, imperfecto, y me deshice: me lloví entre tus dedos mojándote; me hiciste de nuevo. Tu saliva me inculcó el nuevo orden y entre besos, renacido, este golem que soy te es.
¿Y en qué parte de toda esta locura fue cuando comenzaste a hablar mis pensamientos? ¿Cuál fue el momento exacto en que llegamos a cerciorarnos que había una manta tejida por nuestros vocablos? 
Te tomé la mano junto al sol de octubre ¿has podido sentir mi desesperación? Me solté liviano luego de ver cómo te confundías con el asfalto y este claustro mío me reclamó, soberano.
Y ya no hay batallas contra la coherencia, ni aduana contra las confesiones. Ya no existe la palabra aprisionada. Mucho menos el pensamiento cercenado. Sólo nos han quedado los ojos que se cubren con humedad de ahogo.
Cada partícula de la realidad tiene tu nombre. Y lo repito hasta el cansancio. ¿Has notado, en nuestro último abrazo, el asombro del mundo? Lo hemos conmovido. ¿Te acordás de mis manos, de mis dedos clavándose con dulzura en tus omóplatos? Te abrazo con poderosa pureza. Me encierro en tus brazos que es la única manera que encuentro para abrirme.
No tengo piel, solo embrujo. Ella se ensancha, se estira al verte. Jamás se repliega. Se extiende poderosa al notar tu presencia; me salen manos. Te tocan todas.
Antes de despedirnos me arrodillé en tu boca y supliqué en silencio. He aquí lo que he pedido:


(Continuará)

1 comentario:

  1. ¿Y en qué parte de toda esta locura fue cuando comenzaste a hablar mis pensamientos?

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